Este viernes 8 de agosto a las 21:30h, en el Auditorio Juan Victoria, se podrá disfrutar un espectáculo brindado por la Orquesta Sinfónica de la UNSJ.
Por Julián Buttareli
Fotografía: Prensa de Turismo y Cultura
La Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de San Juan
brindará un concierto con entrada gratuita, el viernes 8 de agosto a las 21:30h,
en el Auditorio Juan Victoria.
La función trazará un arco singular a través del
clasicismo vienés, en el que dos de sus principales actores, Wolfgang Amadeus
Mozart y Joseph Haydn, sostienen una conversación separada por unas cuantas
décadas pero que se unen por espíritu.
La apertura se dará con la primera sinfonía escrita por
Mozart, una joya temprana, luego seguirá una obra concertante de un Haydn
tardío, finalizará el espectáculo con una sinfonía del prodigio de Salzburgo,
apodada “Júpiter” por su vigor.
Según Wolfgang Wengenroth este viaje musical “es una
meditación sobre el crecimiento artístico como una celebración de las formas
clásicas en sus puntos más alto”, dijo.
Dentro de la mente de Wengenroth
Wolfgang
Amadeus Mozart (1756–1791)
Sinfonía n.º
1 en mi bemol mayor, KV 16
Pocos
comienzos en la historia de la música occidental son tan asombrosos como esta
primera sinfonía de Mozart, compuesta en Londres en el año 1764. El joven
Wolfgang, de apenas ocho años, vivía entonces una etapa decisiva de formación,
absorbía influencias con una rapidez prodigiosa, y daba ya muestras de una
madurez musical inexplicable para su edad. Esta sinfonía fue escrita durante
una estancia en Chelsea, donde la familia Mozart se hospedaba; el padre,
Leopold, enfermo, no podía viajar, y el niño encontró en la escritura musical
un espacio de libertad y afirmación.
Aunque la
obra responde a modelos estilísticos del momento —especialmente el de Johann
Christian Bach, a quien Mozart conoció personalmente en Londres—, no es una
mera imitación. El Molto allegro inicial tiene energía, claridad formal y una
lógica interna que no se puede atribuir solo a la precocidad. El Andante, más
íntimo, parece anticipar ya la dulzura lírica del Mozart maduro. El Presto
final, breve pero ingenioso, muestra un sentido del ritmo y de la arquitectura
musical que revela el verdadero nacimiento de un compositor.
No se trata
simplemente del primer peldaño de una carrera gloriosa: es una obra con vida
propia, que sigue emocionando por la autenticidad con la que un niño dialoga
con el mundo adulto de la sinfonía.
Sinfonía n.º
41 en do mayor, KV 551 “Júpiter”
La última
sinfonía de Mozart, escrita en el verano de 1788, marca la culminación de su
pensamiento sinfónico y una cima insuperada del clasicismo vienés. No existe
evidencia de que se interpretara en vida del compositor y, sin embargo, el
tiempo la ha consagrado como una de las obras más perfectas del repertorio
orquestal.
El apodo
“Júpiter” —acuñado probablemente por el violinista y empresario Johann Peter
Salomon— alude a la majestuosidad y al carácter casi divino de la música. Y no
es una exageración: el primer movimiento (Allegro vivace) despliega una
exuberancia temática, una claridad arquitectónica y una riqueza orquestal que
hacen pensar en un espíritu creador en plena posesión de sus facultades. El
segundo movimiento (Andante cantabile) se adentra en regiones más oscuras, con
disonancias audaces y una intensidad emocional inusual en una sinfonía
mozartiana.
El Menuetto,
con su dignidad danzante y su sentido de proporción, prepara el terreno para un
final apoteósico: el Molto allegro es, a la vez, una fuga y un rondó, una obra
maestra de la técnica contrapuntística que culmina en una coda donde cinco
motivos diferentes se entrelazan en una polifonía gloriosa. Es un acto de
afirmación suprema, no solo del genio de Mozart, sino del poder de la razón
musical en su forma más luminosa.
La Sinfonía
“Júpiter” no es solo una despedida de la sinfonía: es, quizás, la idea misma de
la sinfonía hecha forma.
Joseph
Haydn (1732–1809)
Concierto
para trompeta en mi bemol mayor, Hob. VIIe:1
Este
concierto, compuesto en 1796, es el último gran concierto solista de Haydn, y
uno de los más importantes de todo el siglo XVIII para trompeta. Fue escrito
para Anton Weidinger, trompetista de la corte vienesa e inventor de un nuevo
tipo de trompeta de llaves, que por primera vez en la historia podía ejecutar
escalas cromáticas con precisión en todo el registro. Este avance técnico abrió
un abanico de posibilidades expresivas inéditas para el instrumento.
Haydn,
siempre curioso, supo aprovechar al máximo esta revolución. El Allegro inicial
tiene un carácter festivo y ceremonial, con pasajes de gran brillantez para el
solista que no hubieran sido posibles con una trompeta natural. El Andante
central es una de las secciones más exquisitas del clasicismo concertante, con
un lirismo casi vocal que transforma la trompeta en un narrador íntimo. El
Finale, alegre y virtuoso, se desliza entre lo popular y lo aristocrático,
entre el ingenio y la elegancia, en una celebración del espíritu inventivo de
su tiempo.
Más allá del
virtuosismo, esta obra refleja la maestría con la que Haydn sabía combinar
forma, invención y expresión. En sus últimas composiciones, ya admirado como un
maestro universal, sigue hablándonos con frescura y humor.