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50º ANIVERSARIO DE LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS

“Esa noche nos legó un gran atraso”

El historiador de la UNSJ, Edgardo Mendoza, reflexiona sobre el momento en que el poder dictatorial buscó devastar el sistema universitario.

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-La denominada “Noche de los bastones largos”, el 29 de julio de 1966, ¿significó una fuga del conocimiento? -Sí, significó una fuga de intelectuales. Lo que se hizo esa noche por parte de la policía fue desocupar un conjunto de facultades de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Esas facultades habían sido ocupadas por estudiantes y egresados porque el gobierno de (Juan Carlos) Onganía, un gobierno ilegítimo, dictatorial, que había surgido de un golpe de Estado un mes antes, quería intervenir las universidades. En ese momento, como ahora, las universidades tenían un gobierno consensuado entre estudiantes, docentes y egresados. -¿Cuál era el plan de la intervención? -Onganía quería eliminar ese sistema de gobierno de la universidad y nombrar sus interventores para que llevasen adelante la política que a él se le ocurriese, porque era un dictador, con el poder absoluto. Y se encontraba con el inconveniente de que las facultades habían sido ocupadas de forma muy simbólica. Era gente que construía una trinchera con bancos y algún pizarrón, eso era la toma. -Y llegó la noche… -Al llegar la noche mucha gente se iba y ese fue el momento ideal aprovechado por la policía para pasar al asalto. Fueron dos facultades las más castigadas: la de Filosofía y Letras y la de Ciencias Exactas y Naturales. En el caso de esta última Facultad, tenía mucha relación con el Instituto Balseiro, en Bariloche. Allí se hacían investigaciones sobre física nuclear. La intervención fue muy dura, fue realmente a los palos. La policía ingresó con unos bastones de madera y con eso aporreó a todos, empezando por el decano. -¿Lo que sucedió allí tuvo inmediata repercusión en otras universidades? -Sí, porque en las demás universidades se nombraron interventores militares, y hubo ciudadanos civiles al servicio de esa dictadura. -¿Hay una cifra determinada de cuántos investigadores abandonaron el país? -No, porque el éxodo fue paulatino. Eran profesionales que tenían currículums realmente muy buenos, pero tenían que enviarlos a Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, etc. Y debían esperar las respuestas, pero aquí ya los habían echado. -¿Cuál cree que la principal secuela que dejó esa jornada en el sistema universitario y científico argentino? -Creo que quedó trunco todo el desarrollo científico. En ese momento yo estaba en la secundaria pero cinco años después ingresé en la Universidad Nacional de Córdoba para estudiar Historia, y se notaban los coletazos de la intervención, con profesores de bajo nivel universitario, prohibición de bibliografías y lecturas. Yo creo que la principal secuela que dejó La noche de los bastones largos fue un gran atraso, porque la ciencia es algo muy competitivo, lo es hoy y lo era en esa época. Al desarmar equipos científicos que llevaban quince años trabajando, provocó un bajón académico tremendo y nunca fue fácil recuperarse. Esa gente consiguió trabajo en el extranjero y nunca volvió. Ahora hemos reconstruido equipos, surgieron nuevas universidades, pero no se puede competir con, por ejemplo, Harvard. Y otra cosa que nos dejó fue el miedo, que aún sigue existiendo. Miedo de que puedan echar del trabajo, de que el sistema universitario castigue.