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Investigador Víctor Algañaraz

“Los bastonazos iban a la cabeza en la idea de romper con el pensamiento diferente”

Hace 54 años la policía de Onganía asaltaba la universidad, en lo que se conoce como “La noche de los bastones largos”.

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En la noche del 29 de julio de 1966, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, fuerzas de seguridad arremetieron contra facultades (docentes, investigadores y estudiantes) de la Universidad de Buenos Aires. Fue una noche violenta que minó el sistema científico argentino y fue tristemente inolvidable: quedó en la historia vernácula como “La noche de los bastones largos”. “Los bastonazos iban a la cabeza en la idea de romper con el pensamiento diferente. Después fueron apresados muchísimos docentes, estudiantes, autoridades”, dice el Dr. Víctor Algañaraz, docente e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNSJ.

La dictadura de Onganía no solamente implicaba deponer a un gobierno constitucional, en este caso el de Illia, un mes antes, el 28 de junio de 1966, sino tratar de modernizar el Estado Nación y de reorganizar todo el espacio institucional argentino. Y en ese marco, “las dictaduras tenían ese afán de moralidad y orden y las universidades no escapaban de ese contexto. Era un contexto nacional de aceleración política, de protagonismo estudiantil, de la juventud y de persecución del comunismo. Una vez más la dictadura buscaba combatir a ese enemigo comunista y consideraba que la universidad era un reducto del protagonismo estudiantil de ideología marxista y comunista”, ensaya el doctor en Ciencias Sociales con mención en Sociología.

El Rector de la UBA instó, en esos días, a mantener un espíritu de resistencia hasta restablecer la democracia. “Docentes, autoridades y estudiantes hicieron tomas pacíficas de sus unidades académicas. En la noche del 29 de julio en las facultades de Filosofía y Letras, Exactas, Ingeniería, Arquitectura, ingresó la Policía Federal y rompió con la autonomía universitaria; arremetió contra docentes y estudiantes. Fue una de las noches más violentas que se recuerden en la historia de las universidades de nuestro país. Hay imágenes de cómo les golpeaban en la cabeza; los bastonazos iban a la cabeza en la idea de romper con el pensamiento diferente. Después fueron apresados muchísimos docentes, estudiantes, autoridades”, detalla Algañaraz.

Pero hubo un gran impacto en el campo científico y universitario: más de 2 mil docentes y profesionales de todo el país renunciaron a sus cargos. “Muchos de ellos emprendieron el exilio. Fue una de las fugas de cerebro más importantes de nuestro país. Muchos otros afrontaron el insilio, no tenían las condiciones como para irse al exterior. Muchos estudiantes tuvieron que trasladarse a otras universidades, incluso privadas. Desde allí se vio esto del conocimiento producido en ‘catacumbas’, es decir, los investigadores empezaron a buscar espacios extrauniversitarios para generar condiciones de investigación y educación”; señala el investigador.

Algañaraz recuerda que en general “fue un contexto capitalizado por las instituciones privadas de educación y de ciencia. Empezaron a generarse nuevas universidades. Ya existían algunas confesionales, pero no tanto universidades empresariales o profesionales que empezaron a generarse en esos años”.